jueves, 12 de abril de 2012

JÓVENES EN ROMA



El pasado 30 de Marzo, a las 7 de la mañana, dos autobuses partían desde la parroquia de Santa Maria de Caná hacia Roma, si, hacia Roma. 26 horas de autobus camino del que es, junto a Jerusalem, el epicentro de la cristiandad. 100 jóvenes al encuentro de Jesucristo por medio del sucesor de Pedro, Benedicto XVI. Las 26 horas se pasaron rápidas, Roma nos recibió con una fría mañana de primavera y una primera imagen inolvidable, la cúpula de San Pedro del Vaticano. Al llegar tuvimos la ocasión de charlar con el Vicario, D. Jose Luis y con el Arzobispo D. Antonio Maria Rouco Varela, con quien posteriormente tuvimos la Eucaristía con gente muy conocida para los jóvenes de la Asunción, como son D. Luis y D. Ruben, dos sacerdotes formados en la parroquia. Posteriormente y tras una breve parada para comer, emprendimos un camino de algo menos de 4 horas que nos llevó a sitios como
el Coliseo, una de las primeras iglesias jesuítas(Il Gesú) o el Panteón.
Iglesia de Il Gesú

La noche vino bien a todos, a pesar del suelo y las duchas frias del oratorio San Felipe Neri, lugar de nuestro alojamiento. A las 7 de la mañana todos estábamos despiertos. Tocaba visitar la iglesia de San Pablo extramuros, lugar en el que se conservan los restos de Saulo y delante de los cuales pudimos rezar.


Tumba de San Pablo

Después de esa visita, nos dirigimos hacia el km 0, hacia la silla de Pedro. Y llegamos allí, Pozuelo estaba allí,
con Pedro. Tras la bendición "Urbi et Orbe" las puertas de "El Vaticano" se abrieron para que los turistas admirasen aquella belleza artística. Subimos a la cúpula, las miradas se perdías en el horizonte, las fotos se sucedían y las primeras lágrimas empezaban a brotar. Tras la interminable subida y bajada (551 escalones de subida y otros tantos de bajada), pudimos ver la nave central. Il Baldaquino, debajo del cual están los restos de Pedro, la silla de San Pedro, la Piedad de Miguel Ángel y después de todo, la tumba de Juan Pablo II, el Papa de los jóvenes, estaba delante de los jóvenes de Pozuelo. Las lágrimas eran ahora mas abundantes que en la cúpula. ¡Que gran emoción rezar delante del predecesor de Benedicto XVI!

Esto no concluye así, ni mucho menos. La Asunción estaba en Roma para ver a Benedicto XVI. A agradecerle su visita en Agosto a Madrid con motivo de la XXVI JMJ. A pesar del cansancio de su viaje a Mexico y Cuba, hay estaban Benedicto y su juventud, la juventud del Papa. En su alocución nos dijo lo siguiente:

Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,
Venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
Queridos jóvenes,
Amigos todos,

Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Antonio María Rouco Varela, haciéndose intérprete de los sentimientos de todos los aquí presentes, y lo saludo con afecto entrañable, así como a los Señores Obispos de la Provincia eclesiástica de Madrid y al Señor Obispo de San Sebastián y responsable del departamento de pastoral de juventud en la Conferencia Episcopal Española.

Me complace dar la bienvenida, junto a la sede de Pedro, a quienes formáis parte de esta peregrinación, que habéis organizado con ilusión para agradecer al Papa su viaje a España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada el pasado mes de agosto.

Saludo cordialmente a las autoridades, organizadores, patrocinadores y voluntarios, pero, de modo muy especial, a los jóvenes, que son los protagonistas y principales destinatarios de esta iniciativa pastoral impulsada vigorosamente por mi amado predecesor, el beato Juan Pablo II, del que hoy recordamos su tránsito al cielo.

Tengo muy presentes también a todos los obispos de España y a los delegados episcopales de juventud, que tanto colaboraron en las diócesis para el feliz desarrollo de ese significativo evento eclesial. Y no puedo dejar de mencionar a los miembros de la Vida Consagrada y a tantas otras personas e instituciones que ofrecieron su valiosa y generosa aportación a la culminación de este mismo fin.

Siempre que traigo a mi memoria la vigésimo sexta Jornada Mundial de la Juventud vivida en Madrid, mi corazón se llena de gratitud a Dios por la experiencia de gracia de aquellos días inolvidables. Desde mi llegada, se sucedieron y multiplicaron las muestras de acogida y hospitalidad, junto a la fe y la alegría de los jóvenes, que se convirtieron en signos elocuentes de Cristo resucitado.

Queridos amigos, aquel espléndido encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Él no deja de infundir aliento en los corazones, y continuamente nos saca a la plaza pública de la historia, como en Pentecostés, para dar testimonio de las maravillas de Dios. Vosotros estáis llamados a cooperar en esta apasionante tarea y merece la pena entregarse a ella sin reservas. Cristo os necesita a su lado para extender y edificar su Reino de caridad. Esto será posible si lo tenéis como el mejor de los amigos y lo confesáis llevando una vida según el evangelio, con valentía y fidelidad.

Alguno podría suponer que esto no tiene nada que ver con él o que es una empresa que supera sus capacidades y talentos. Pero no es así. En esta aventura nadie sobra. Por ello, no dejéis de preguntaros a qué os llama el Señor y cómo le podéis ayudar. Todos tenéis una vocación personal que él ha querido proponeros para vuestra dicha y santidad. Cuando uno se ve conquistado por el fuego de su mirada, ningún sacrificio parece ya grande para seguirlo y darle lo mejor de sí mismo. Así hicieron siempre los santos extendiendo la luz del Señor y la potencia de su amor, transformando el mundo hasta convertirlo en un hogar acogedor para todos, donde Dios es glorificado y sus hijos bendecidos.

Queridos jóvenes, como aquellos apóstoles de la primera hora, sed también vosotros misioneros de Cristo entre vuestros familiares, amigos y conocidos, en vuestros ambientes de estudio o trabajo, entre los pobres y enfermos. Hablad de su amor y bondad con sencillez, sin complejos ni temores. El mismo Cristo os dará fortaleza para ello. Por vuestra parte, escuchadlo y tened un trato frecuente y sincero con él. Contadle con confianza vuestros anhelos y aspiraciones, también vuestras penas y las de las personas que veáis carentes de consuelo y esperanza. Evocando aquellos espléndidos días, deseo exhortaros asimismo a que no ahorréis esfuerzo alguno para que los que os rodean lo descubran personalmente y se encuentren con él, que está vivo, y con su Iglesia.

Ayer, con la solemnidad del domingo de Ramos, hemos iniciado la Semana Santa, en la que seguimos los pasos de Cristo hasta la celebración de su misterio pascual. Lo aclamamos como Mesías e Hijo de David, agitando, como los niños y jóvenes de Jerusalén, las palmas de la salvación y del júbilo. Al mismo tiempo, contemplamos su dolorosa pasión y su humillación hasta la muerte. Os invito, durante estos días santos, a uniros plenamente a nuestro Redentor, recordando aquel solemne Vía Crucis de la Jornada Mundial de la Juventud. En él oramos conmovidos ante la belleza de aquellas imágenes sagradas, que expresaban con hondura los misterios de nuestra fe. Os animo a cargar también vosotros con vuestra cruz, y la cruz del dolor y de los pecados del mundo, para que entendáis mejor el amor de Cristo por la humanidad. Así os sentiréis llamados a proclamar que Dios ama al hombre y le envió a su Hijo, no para condenarlo, sino para que alcance una vida plena y con sentido.

Queridos amigos, estoy seguro de que ya estáis pensando en ir a Río de Janeiro, donde muchos jóvenes del mundo entero volverán a congregarse, en lo que sin duda será un hito más del camino de la Iglesia, siempre joven, que quiere ensanchar el horizonte de las nuevas generaciones con el tesoro del evangelio, pujanza de vida para el mundo. Como ahora avanzamos con los ojos fijos en la inminente aurora de la Pascua, que la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil sea una nueva y gozosa experiencia de Cristo resucitado, que conduce a toda la humanidad hacia la claridad de la vida que procede de Dios.

Que María Santísima, que permaneció silenciosa al pie de la cruz de su Hijo y esperó paciente el cumplimiento de sus promesas, sea siempre para vosotros Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza vuestra. Gracias, muchas gracias por vuestra presencia festiva y jovial, queridos jóvenes. Os bendigo de todo corazón.

Sala Pablo VI
Lunes 2 de abril de 2012


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